CRÓNICAS DE BARRIALITO
(II)
Por la cabecera de esta quebrada quedaban los exiguos
restos de una huerta, allí iba mi abuela a lavar el maíz remojado en cenizas
para hacer arepas de maíz pelado. Además
en esta quebrada los vecinos buscaban agua para los oficios de las casas y
lavar la ropa; sus hijos decidieron llamarla quebrada de mi abuela al igual que
la vega de la vaca que recibió su nombre debido a que allí murió una vaca
ahogada. Mi bisabuelo tenía a su cuidado la mencionada vaca para que pastara en
las cercanías de la vega.
Mi bisabuelo Marcelino Alfaro era un negrito de pelo
ensortijado. Viajo desde Ciudad Bolívar a Caracas por selvas y caminos huyendo
de los rigores del servicio militar cuando Marcelino Torres era Gobernador de
Bolívar y Cipriano Castro Presidente de
la República; se estableció en las haciendas de café de Macarao y las Adjuntas.
Vino después a trabajar en un terreno cercano a Barrialito en una de las haciendas
de Virgilio Biord. Le llamaron la atención las tierras bañadas por cinco
quebradas y tanto le gustaron que juntó
dinero suficiente para comprar el terreno por mil bolívares. Por su
parte mi abuela junto a María plantaron café cuyas matas traía mi abuelo
Antonio cada semana de la hacienda de Macarao. Ese café llego a ser la mejor
fuente de sustento de la familia.
“¡Encarnación, Encarnación!” Era mi abuela que avisaba la muerte de mi
bisabuelo Marcelino, corría el año 1948. Así
avisaban con gritos a mi tío cachón (Encarnación). Ese mismo año
llego mi papá Félix Alcántara al vecindario de Barrialito. Trabajaba en la
bodega de Leonardo Díaz en San Antonio de Los Altos; mi papá conocía a Antonio
Martínez quien también vino al velorio de mi bisabuelo Marcelino Alfaro.
Un flechazo de Cupido cautivo a mi padre al ver a mi madre María Alfaro.
A partir de ese momento fue muy frecuente su visita; mi padre era jardinero y
poeta y pasaba mucho tiempo cantando “Si la vida es un jardín las mujeres son
las flores y yo que soy jardinero las corto de las mejores”. Al poco tiempo se
casaron y tuvieron una prole de 14 hijos. Cuando comenzaron se fueron a vivir a
Figueroa de donde era Félix y luego se mudaron a Barrialito, donde mi abuelo
Antonio les ofreció terreno y lugar para trabajar; era un bosque espeso ladera
abajo, mi abuelo señalaba la extensión del terreno lanzando una piedra para
establecer el lindero “por allá por la quebrada que baja por el camino real, da
la vuelta hasta llegar a la otra quebrada, de allí al árbol de aquel zamuro
hasta la otra quebrada”; allí se establecieron y mi mamá le pagó a mi primo Domingo por matar siete tigras mariposa en un solo día; hicieron una casa
grande de bahareque, muchas habitaciones, establecieron un cambural y una
siembra gigante de ocumo que vendíamos en la vecindades cercanas.
Siempre que se necesitaban varas acudíamos a la vega
de caña amarga, de allí su nombre; cada vez que regresábamos de la vega de la
vaca, veíamos al frondoso árbol de fruta de pan que en los meses de julio y
agosto desparramaba sus frutos que nuestra madre recogía y sancochaba, y nosotros lo saboreábamos con gusto.