martes, 2 de junio de 2015

La Farmacia de mi Abuela (I)

 LA FARMACIA DE MI ABUELA
(I)


Son por lo general los abuelos esos seres cariñosos y consentidores que por haber vivido tanto conocen mucho de la vida y son experimentados en el arte de sanar. Como habitante nacido y criado en Carrizal, recuerdo que no había boticas ni farmacia en los alrededores.  Teníamos que trasladarnos hasta los Teques si necesitábamos algún remedio.
Por eso,  uso de las plantas y sus virtudes se asocian en mi niñez con las bondades de mi abuela.
Recuerdo que ella tenía una mata de sábila amarrada detrás de la puerta de mi casa y otras matas con sus carnosas pencas adornando el jardín, las cuales utilizaba mi abuela en caso de quemaduras y también en jarabes en caso de bronquitis.

Asimismo llega a mi memoria el caso de un compañero de clases que en su afán de avivar el fuego de un fogón, le echó gasolina y parte del combustible le cayó encima, por lo que el fuego también lo alcanzó quemándole el rostro, las orejas y el cuello.
Con apósitos regulares del cristal de sábila, observé el rápido alivio y regeneración de los tejidos.
He tenido otras experiencias con la sábila que me han convencido de su eficacia; una de ellas fue cuando a mi hijo menor se le precipitó una olla con agua hirviendo sobre su humanidad.  Haciendo uso del conocimiento que heredé de mi abuela, licué las pencas de esta maravillosa planta con cáscara y todo y le vertí este producto sobre su cuerpo desnudo y la mejoría se hizo notar en poco menos de ocho horas.
En el uso interno, no todas las sábilas son indicadas.  Es la especie Barbadensis la más utilizada.  Recibe su nombre por crecer en la isla de Barbados; fue llevada allí desde las costas nor-orientales de África, su lugar de origen.
Cuatro dedos de cristal de sábila con una rodaja de piña licuada con una pizca de jengibre y endulzada con miel o papelón es de gran ayuda para las úlceras pépticas, flatulencia y estreñimiento.


José G. Salas