lunes, 10 de agosto de 2015

Reseña Histórica de Barrialito (I). José Salas.

CRÓNICAS DE BARRIALITO

Fotografía Aérea de Barrialito.  Google Earth.
El sol era una llama de fuego al poniente contrastando con una alfombra oscura que penetraba en las oquedades del bosque en la hoyada.
Habían traído la mercancía consistente en esteras y sacos de carbón, algunos bultos de crisantemos y otros de azucenas. Ahora el trueque se hacía con pacas de papelón, maíz pilado y uno que otro encargo que hacían a mi mamá de una larga lista de necesidades para el campo. La cinta azul para el vestido blanco, el hilo negro para el pantalón y un par de alpargatas. Apertrechados con las cinchas, los burros cargados descendían por caminos de recuas.
María venia en un potro que mi abuelo le prestaba, mientras los hombres montaban en sendas mulas.
Antonio Hernández iba hacia Pipe, camino de Las Mayas, mientras mi abuelo regresaba a Barrialito. Juntos se hacían compañía por el mismo camino.
“Canta la guacharaca en la copa de un yagrumo”, decía Antonio Hernández, mientras mi abuelo replicaba “y el turpial le decía todos los tiempos son uno”. El canto era su filosofía. Estos arrieros vivían de la agricultura y dependían del tiempo para sembrar y cosechar los frutos con los que sostenían sus numerosas familias. 
El azahar brotaba de perfumados racimos de flores del paraíso. Y el acre de las majaguas les inspiraban cantos como el zumba que zumba: “Zumba que zumba que en Caracas estaba yo”, mientras Antonio Martínez replicaba:” Zumba que zumba cuando reventó el cañón”  y uniendo sus voces: “Zumba que zumba que palo que no florea, zumba que zumba no lo busca  cigarrón” y así culminaban en hiláricas carcajadas.
Ascendiendo hacia un paraje cercano a Vuelta Larga, el potro montado por María echaba un relincho que estremeció los nervios a los viajeros, el potro en veloz carrera levanto las patas para perseguir una burra en celos.
Las demás bestias en el desbarajuste votaron parte de la carga por el despeñadero.  Antonio Hernández dominó la bestia con un ágil salto, tomando las riendas del caballo y dándole tiempo a María para que descendiera.
María, hija mayor de Antonio y Sofía, por ser la que conocía las cuatros reglas siempre acompañaba a Antonio en todos sus negocios, llevaba las cuentas y anotaba los encargos.
Después de lo acontecido decidió cambiar a una mula para continuar el camino. Los desfiladeros de Hoyo del Infierno se veían desde la oscuridad. Siguieron bajando entre los caminos hasta llegar al pueblecito de Carrizal para dejar la carga y abrevar a las bestias.
En la bodega de Abreu compraron una botellita de aguardiente aromatizado para lidiar con el camino. La subida de los Morantes era toda aroma de flores; allí, entre  espesas sombras de los bucares cruzaron los cafetales de los Cordobés. Antonio Hernández sentía predilección por los cuentos de la sayona y cuentos de aparecidos que entre la oscuridad se hacían tan evidentes que parecía que se les vinieran  encima con sus lanzas, supuestamente eran animas de aquellos que murieron en la Guerra de Independencia. Movidos por la hora que presagiaba cambios fantasmales con el desbarajuste de los aguaitacaminos, que asustaba a las bestias y la espeluznante travesía entre matas de pomarrosa, penetraron en la pradera, y allí, en gruesos botalones amarraron las bestias; era un lugar para los viajeros.
Una ciénaga formada por cinco quebradas daba  nombre a este asentamiento llamado Barrialito; hasta allí llegaron juntos y se despidieron los tocayos (Antonio Hernández y Antonio Martínez).
Por la fila de los Budares siguió Antonio Hernández con sus mulas cargadas; por su parte Antonio Martínez descargaba las bestias y llegaba a su casa de bahareque ubicada en una loma desde donde se divisaba el área bañada por las cinco quebradas.
La quebrada de mi abuela “era un hilo de cristal que se filtraba sobre la espesura del bosque impregnando los verdes tablones de hortalizas que crecían en la vega de la vaca”.
Acurrucado en la greda veíamos a mi abuelo labrando la tierra. Durante los meses de julio y agosto disfrutábamos desgranando mazorcas de maíz y desparramando su dorada barba. Depositábamos mazorca tras mazorca en fardos de cocuiza. En la casa, el fogón aguardaba para cocer las mazorcas al rescoldo.  En casa se sacaban los dorados dientes de jojoto tierno con un afilado cuchillo en una batea de madera, luego era molido para elaborar las hallaquitas de maíz tierno, la exquisita mazamorra, crema fina con queso y canela que nos hacia agua la boca...
...Cargábamos canastos de zanahorias, repollo, remolachas y alcachofas, todas cultivadas en la vega de la vaca bajo el cuido de mi abuelo Antonio.
La quebrada de mi abuela se llamaba así debido a que en la cabecera se estableció mi bisabuelo cuando llego allá por el año 1919. Era una loma donde había una casa de bahareque y techo de paja la que luego fue ampliando para albergar su familia: 18 hijos.
Por la cabecera de esta quebrada quedaban los exiguos restos de una huerta, allí iba mi abuela a lavar el maíz remojado en cenizas para hacer  arepas de maíz pelado. Además en esta quebrada los vecinos buscaban agua para los oficios de las casas y lavar la ropa; sus hijos decidieron llamarla quebrada de mi abuela al igual que la vega de la vaca que recibió su nombre debido a que allí murió una vaca ahogada. Mi bisabuelo tenía a su cuidado la mencionada vaca para que pastara en las cercanías de la vega.
Mi bisabuelo Marcelino Alfaro era un negrito de pelo ensortijado. Viajo desde Ciudad Bolívar a Caracas por selvas y caminos huyendo de los rigores del servicio militar cuando Marcelino Torres era Gobernador de Bolívar y Cipriano Castro  Presidente de la República; se estableció en las haciendas de café de Macarao y las Adjuntas. Vino después a trabajar en un terreno cercano a Barrialito en una de las haciendas de Virgilio Biord. Le llamaron la atención las tierras bañadas por cinco quebradas y tanto le gustaron que juntó  dinero suficiente para comprar el terreno por mil bolívares. Por su parte mi abuela junto a María plantaron café cuyas matas traía mi abuelo Antonio cada semana de la hacienda de Macarao. Ese café llego a ser la mejor fuente de sustento de la familia.
“¡Encarnación, Encarnación!” Era mi abuela que avisaba la muerte de mi bisabuelo Marcelino, corría el año 1948. Así  avisaban con  gritos  a mi tío cachón (Encarnación). Ese mismo año llego mi papá Félix Alcántara al vecindario de Barrialito. Trabajaba en la bodega de Leonardo Díaz en San Antonio de Los Altos; mi papá conocía a Antonio Martínez quien también vino al velorio de mi bisabuelo Marcelino Alfaro.
Un flechazo de Cupido cautivo a mi padre al ver a mi madre María Alfaro. A partir de ese momento fue muy frecuente su visita; mi padre era jardinero y poeta y pasaba mucho tiempo cantando “Si la vida es un jardín las mujeres son las flores y yo que soy jardinero las corto de las mejores”. Al poco tiempo se casaron y tuvieron una prole de 14 hijos. Cuando comenzaron se fueron a vivir a Figueroa de donde era Félix y luego se mudaron a Barrialito, donde mi abuelo Antonio les ofreció terreno y lugar para trabajar; era un bosque espeso ladera abajo, mi abuelo señalaba la extensión del terreno lanzando una piedra para establecer el lindero “por allá por la quebrada que baja por el camino real, da la vuelta hasta llegar a la otra quebrada, de allí al árbol de aquel zamuro hasta la otra quebrada”; allí se establecieron y mi mamá le pagó a mi primo coco Domingo por matar siete tigras mariposa en un solo día; hicieron una casa grande de bahareque, muchas habitaciones, establecieron un cambural y una siembra gigante de ocumo que vendíamos en la vecindades cercanas.     
  Las  viviendas de la comunidad eran de bahareque y se armaban con uno o dos horcones de un árbol recto y los forraban con caña amarga, tara o maguey.
Siempre que se necesitaban varas acudíamos a la vega de caña amarga, de allí su nombre; cada vez que regresábamos de la vega de la vaca, veíamos al frondoso árbol de fruta de pan que en los meses de julio y agosto desparramaba sus frutos que nuestra madre recogía y sancochaba,  y nosotros lo saboreábamos con gusto.  










Reseña Comunidad Santa María, Km. 19, Carretera Panamericana.


BREVE RESEÑA HISTÓRICA DE LA COMUNIDAD
“SANTA MARÍA”, KM. 19 CARRETERA PANAMERICANA




En los años ´70, el Decreto de Desconcentración Industrial dictado por el entonces Presidente de la República Dr. Rafael Caldera, desplazó numerosas industrias caraqueñas hacia los Altos Mirandinos, lo que produjo la migración de mano de obra y la perspectiva de numerosos nuevos empleos para muchos venezolanos.  Es así como procedente del Estado Zulia el ciudadano Pedro Pablo Polanco conjuntamente con su esposa la señora María Pastora Álvarez, llegaron a éstos lares en busca de una “nueva vida”.
Al arribar, buscaron un sitio donde construir una vivienda y después de caminar de un lado a otro por todos estos Altos y ceñir la mirada en tantos bordes de cerros, un poco más abajo del Km. 18, en sentido hacia los Teques, en la Carretera Panamericana encontró atractivo y oportuno un recodo, al lado de la Quebrada Santa María. Ésta Quebrada pertenece una de las microcuencas del municipio Carrizal, situada al oeste del Municipio, y circunda las vecindades de Los Cerritos; tiene sus afluencias o fuentes en las aguas El Cañaón, vuelta de los Yagrumos y Laguna de Los Patos.
El sitio era bastante  accidentado, sin embargo le pareció a Pedro el  propicio para continuar su vida de pareja y en ese rincón se instaló para luego mandar a buscar al Estado Zulia, al resto de su familia.
El primero que se vino de todos los hijos del señor Pedro Pablo, fue Delfín Álvarez  Chirinos, quien se enamoró literalmente del sitio y al igual que su padre, trajo a sus hijos Pedro José, Omaira, Eva, Francisco, Pastor y María, a residir en ese lugar, que luego llamaron Comunidad Santa María, en honor a la quebrada.
Los Álvarez Chirinos, como se apellidan, ha visto crecer allí a los integrantes de su familia que asciende aproximadamente a 100 personas, además de dos familias más que viven en el sitio y no pertenecen a su descendencia.
Desde que llegaron al sitio,  no han tenido, según testimonios de los habitantes, ningún tipo de ayuda gubernamental.  Todos los servicios que han conseguido se deben a diligencias personales y autogestión. No tienen bodegas, ambulatorios, ni ningún otro tipo de asistencia de salud o servicios.
Ha habido tres (3) eventos que tristemente han marcado a los habitantes de la comunidad: En el año 1983, viniendo de los Teques, fue atropellada al cruzar la panamericana, la señora María Irene Chirinos, esposa del señor Pedro, fundador de la comunidad, quien falleció posteriormente en el hospital. 
En el año 2000, fue también atropellada Luisa Chirinos con sus dos hijos Daysi y Wilder.  Falleció el varón Wilder en el accidente.
En el año 2008, perecieron también producto de arrollamiento, Jeyson y Delvis Ortiz, hijos de María Álvarez Chirinos, quien nos concedió ésta entrevista.
La comunidad cuenta aproximadamente con 15 viviendas, en mediano estado de conservación y espera la colaboración de entes municipales y gubernamentales para solventar la inmensa cantidad de problemas que le aquejan.



Biografía de Alexis Padilla Nuñez

BIOGRAFÍA DE ALEXIS PADILLA NUÑEZ


Alexis Padilla

Por el año de 1.941, llegaba a este pueblo, proveniente de la Guaira, el señor Pedro Padilla, su señora esposa Teresa Núñez de Padilla y siete hijos todos menores de edad. El segundo de esta prole era Alexis, que para este entonces contaba apenas de 10 años de edad, ya que había nacido un Diez de Abril de 1.931.
Dentro de los grandes problemas que atravesaban sus padres, más el desafía de ir a convivir con gente y clima extraños para ellos, no fue obstáculo para que poco a poco se fuera formando en él, y toda su familia, el empeño de radicarse definitivamente en este pueblo.
Alexis contaba con 17 años cuando murió su padre y comienza para él, un gran reto a la vida como encargado de toda la familia, a esa corta edad, y que para ese momento ya eran los hermanos y madre.
Esas dificultades no medraban su inquietud por los deportes, sobre todo hacia el Boxeo y el Béisbol, este último lo va a practicar con más empeño, siguiendo la línea de su padre Pedro, quien al llegar a este pueblo junto con varias personas aficionadas en esa época funda el primer equipo organizado de Béisbol, el Carrizal B.B.C 1943 y quienes lograrían muchos triunfos en los Campeonatos Distritales y en Los Terrenos de Corralito, la Mata y La Hoyada, así como en las poblaciones de Cúa, Charallave, Paracotos y San Francisco de Yare.
El campo de Corralito, citado anteriormente, era un terreno muy inclinado y con muchos obstáculos, pero era el único espacio suficientemente amplio para la práctica de esta deporte que se encontraba situando justamente en frente de la casa donde el murió.
Para esa fecha este Estadio no existía, ya que estos terrenos eran en parte una vega de sembradíos de café y hortalizas, y donde amarraban sus arreos de burros todos aquellos campesinos de los distintos vecindarios que vendrán a vender sus productos para trasladarlos a Caracas, donde se criaban y mataban cochinos y ganados, donde los muchachos volaban sus papagayos y jugaban trompo y metas, y los célebres palos ensebados y cochinos engrasados de las fiestas patronales, y donde también saldaban las cuentas pendientes a garrotazo limpio, las personas que tenían sus diferencias, por esas razones este era el “gran corralón” punto de concentración de aquel Carrizal rural ya desaparecido.
A comienzo de los años 50 y por iniciativa del Jefe Civil, Juan Morantes, se hicieron gestiones con los dueños de las bienhechurias existentes, se convirtió y se colocaron las primeras estructuras del Campo de Béisbol que a través de los años y con varias remodelaciones se convertiría en lo que es hoy, el Estadio “Alexis Padilla “y que ha servido y servirá para la formación deportiva y recreacional de campo abierto a varias generaciones de la población.
Alexis vivió esa época y le pregonaba constantemente con orgullo, porque junto con los que hoy le hacemos este homenaje, trabajamos, machete y escardilla en mano para mantenerlo y limpiarlo, porque pocas veces el organismo encargado de éste no tenía el presupuesto para su mantenimiento.
Para éstos tiempos, entre los años 50 y 60, jugaba el zurdo Padilla para el “Cooperativa Star”, juego pasaría al equipo “Guaicaipuro” de los Teques del (equipo de su vida), también actuó con algunos equipos de Caracas y La Guaira, donde cosechó una buena cantidad de triunfos, también representó El Distrito Guaicaipuro y al Estado Miranda en campeonatos Nacionales. Ya sus últimas actividades como jugador en el campo lo efectuó con el equipo “los mochos” entre los años 80 y 90.
Es una lástima que el Béisbol tequeño se lleven los récords, ya que éste hombre como lanzador, que fue su posición favorita, se cree fue el que más juegos ganó y el que más bateadores abanicó, ya que poseía una velocidad impresionante que rondaba las 90 millas.
Entre sus hazañas se recuerdan particularmente los 20 ponches que propinó en un juego en Caracas en el año 1.954 contra el equipo “Chapellín”, en un Campeonato Inter-Obrero. También cuando lanzó dos partidos en un mismo día en el Estadio Guaicaipuro de Los Teques. Luego regresó a Carrizal para hacerse a cargo del equipo como manager y jugador de equipos. Fue un hombre de una exigente disciplina, ya que pensaba que allí estaba la clave del éxito.
Después de su largo trajinar por diversos campos deportivos como jugador activo, se dedicó a la enseñanza y preparación de atletas, sobre todo de las categorías menores donde puso todos sus conocimientos y dedicación para ganar varios campeonatos con la divisas de Carrizal.
Su nombre fue tomando en cuenta en el año 1.990 para formar parte como Técnico del equipo de Béisbol que representó a Venezuela en el campeonato Mundial en la Ciudad de México.
Fue un hombre de carácter recio, pero de una bondad y solidaridad a toda prueba, su personalidad infundía respeto a todos los que lo conocían y tuvieron la suerte de tratarlo, su amistad no tenía límites y siempre estaba dispuesto a tenderle la mano a quien lo necesitara sin escatimar esfuerzo alguno. Seguros estamos que su imagen vivirá siempre en la memoria de todos los que lo conocimos, su ejemplo servirá de guía a los jóvenes deportistas que de aquí surjan.   
El 14 de Febrero de 1.991, el Alcalde José Luís Rodríguez y la Cámara en pleno, por unanimidad, deciden reconocer en vida esta trayectoria fructífera y llena de logros, y es así como se dispone identificar el antiguo Estadio “Vidal López”, con el nombre de “Alexis Padilla”, hecho éste que lleno de júbilo y orgullo a toda la comunidad.
El Tuerto Padilla, el Zurdo Padilla, murió el 23 de Septiembre de 1.992 y al año siguiente exactamente el 24 de Septiembre de 1.993, fue reinaugurado el estadio que honra su nombre, para beneficio de la colectividad de Carrizal, con las innovaciones que hoy todos disfrutamos.         


Tomado de: www.carrizal-miranda.gob.ve