LA FARMACIA DE MI ABUELA
(I)
Son
por lo general los abuelos esos seres cariñosos y consentidores que por haber
vivido tanto conocen mucho de la vida y son experimentados en el arte de sanar. Como habitante nacido y criado en Carrizal, recuerdo que no había boticas ni farmacia en los alrededores. Teníamos que trasladarnos hasta los Teques si necesitábamos algún remedio.
Por eso, uso de las plantas y sus virtudes se
asocian en mi niñez con las bondades de mi abuela.
Recuerdo que ella tenía una mata de sábila amarrada
detrás de la puerta de mi casa y otras matas con sus carnosas pencas adornando
el jardín, las cuales utilizaba mi abuela en caso de quemaduras y también en
jarabes en caso de bronquitis.
Asimismo llega a mi memoria el caso de
un compañero de clases que en su afán de avivar el fuego de un fogón, le echó
gasolina y parte del combustible le cayó encima, por lo que el fuego también lo
alcanzó quemándole el rostro, las orejas y el cuello.
Con apósitos regulares del cristal de
sábila, observé el rápido alivio y regeneración de los tejidos.
He tenido otras experiencias con la
sábila que me han convencido de su eficacia; una de ellas fue cuando a mi hijo
menor se le precipitó una olla con agua hirviendo sobre su humanidad. Haciendo uso del conocimiento que heredé de
mi abuela, licué las pencas de esta maravillosa planta con cáscara y todo y le
vertí este producto sobre su cuerpo desnudo y la mejoría se hizo notar en poco
menos de ocho horas.
En el uso interno, no todas las sábilas
son indicadas. Es la especie Barbadensis
la más utilizada. Recibe su nombre por
crecer en la isla de Barbados; fue llevada allí desde las costas nor-orientales
de África, su lugar de origen.
Cuatro dedos de cristal de sábila con
una rodaja de piña licuada con una pizca de jengibre y endulzada con miel o
papelón es de gran ayuda para las úlceras pépticas, flatulencia y
estreñimiento.
José
G. Salas
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