LAS MOROCOTAS DEL INGENIO
LAS CUIDA UN MUERTO
De: Aníbal Laydera Villalobos
De: Aníbal Laydera Villalobos
Su presencia, más por el
periquito que por así mismo, causó admiración y niños, jóvenes, personas
maduras y viejos, acudían en donde se paraba, tanto en el Pueblo Arriba (cerca
de la iglesia), como en el Pueblo Abajo (a la sombra del matapalo o los bucares
de Los Traposos) para adquirir la papeletica.
Pronto hizo amigos de “tragos”,
porque los sábados los dos botiquines (Bares) del pueblo se llenaban de
clientes y Pericoco acompañado de su jaula y periquito, tenían mercado seguro,
y varios brindis de gratis.
Quienes conocemos a Carrizal
desde hace algunas décadas, sabemos que los habitantes nativos son
hospitalarios, amigables y desprendidos. En ocasión de una fiesta en El
Ingenio, finca de los Pérez, dedicada a caña, frutales y otras siembras (en
otro tiempo fue industria de papelón, alfondoque, melcocha, ron claro de
alambique casero y venta de melaza para ganado de corral).
Pericoco dejó en receso la jaula
y tranquilo al perico, y formó parte de la parranda formada por hombres y
mujeres que salían contentos para el punto antes indicado. En el curso de la
diversión, amenizaba al ritmo de arpa, maraca y buche y el ir y venir del
aguardiente, tuvo informaciones de personas lugareñas que le interesaron, y aprovecho el alborozo para
averiguar todo aquello relacionado con “aparecidos, espantos y tesoros”.

Pronto buscó el más confiable de
sus amigos “de tragos” y lo invito a sacar las “Morocotas” de El Ingenio, a lo
que accedió después de saborear algunos “palitos”, el invitado, luego de
preguntas y repreguntas sobre el asunto. Era una de de esas noches bien oscuras
y cargadas de nieblas; llevaron a escondidas hierros de trabajo, una botellas
de caña blanca y en una lata de leche klim preparada para luz, una vela para
iluminar el camino; largo sería contar los chascos, resbalones, sustos y
ocultamientos en el trayecto. Tres horas después arribaron al sitio.
Reconocieron bajo la oscuridad de la media noche el posible espacio en el cuál
“salía el muerto” y usando una chícura, emprendieron la jornada “desenterradora”.
Mucho tiempo utilizaron
asestando golpes en el suelo y oyendo en lontananza el ladrido de los perros,
que denunciaban la presencia de extraños en los aledaños, cuando de repente un
ruido ensordecedor detuvo el trabajo y al tratar de reanular la faena, un
trueno más sonoro que el primero y un rayo muy refulgente despejó la negritud,
impulsando al acompañante de Pericoco a correr desaforado y tembloroso cerro
arriba. “El Pajarero” también asustado se tendió sobre un matorral y esperó lo
peor.
Ninguno de los buscones se
volvieron a ver durante meses y por casualidad hubo el encuentro en Ocumare del
Tuy, cuando Pantoja (apellido del acompañante Pericoco) entró en una pulpería e
identificó a su amigo por tanto tiempo ausente;
Pericoco era dueño del
establecimiento comercial y tan pronto como se identificaron, familiarmente recordaron
el pasado.
Pantoja regresó a Carrizal y en
menos de lo esperado contó a sus relacionados el encuentro que había tenido en
Ocumare del Tuy, diciendo entre cosas que su amigo Pericoco le había regalado
una “Morocota” de las que había sacado en “El Ingenio”, en donde quedaron
muchas más.
Le contó “El Pajarero” que cuando tenía los bolsillos
repletos de monedas de oro apareció un hombre alto, de color blanco, vestido de
liqui-liqui con un machete enfundado en el cinto, quien le ordenó con voz de
mando salir de la Finca
inmediatamente o lo sepultaba en el mismo hueco, si no obedecía; solicitud que rápidamente desató fuerte
tormenta (rayos, truenos y aguas torrentosa) imposición del “aparecido” que
llenó de terror a Pericoco y en carrera inusitada pero con los bolsillos
llenos, abandonó “El Ingenio” a sabiendas que habían quedado miles de Morocatas
en el hueco.
Las hablillas de muchos
pobladores de la vecindad, denotan que sigue “saliendo el Muerto” y con voz
susurrante manifiestan en la intimidad que todavía hay suficientes “Morocotas”.
El único recuerdo que dejó “Pericoco”
de su estadía en Carrizal, fue la jaula dejada por él y que la hija hoy difunta
de Don Mariano López, guardó por mucho tiempo luego de poner en libertad, el perico.
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