lunes, 1 de julio de 2013

Historia de Carrizal (X). Documento de la Donación y Límites

CRÓNICAS DE LAS COMUNIDADES
CARRIZAL EN LA HISTORIA (X)


En el documento de donación, don José Manuel Álvarez comienza por afirmar textualmente que: “La rusticidad en que se crían los jóvenes de éste pueblo es, por no haber medios con que establecer y sostener una escuela para su educación y sean útiles a Dios, a la República, a sus padres y a sí mismos”… “Que por el amor con que ve a éste lugar de donde el es oriundo, por el bien de la humanidad y el de su alma, cede, de su libre y espontánea voluntad, haciendo gracia y donación intervivos en beneficio de este indicado pueblo y su posteridad…”
Luego de esa exposición, procedió a establecer los linderos a donar con todo detalle, son los siguientes: “...Por el naciente, el alto de la loma de Los Vecinos derecho al Alto del Paují y cabeceras de la quebrada Paují.  De allí en línea recta a buscar la puerta del Potrerito de Don Juan de León y de ésta línea al poniente a la Puerta del Guamo y al alto del cerro llamado Cañaón, siguiendo la fila de éste cerro hasta su puerta, incluyendo de ésta todas las vertientes de la quebrada llamada Corralito hasta su boca (la que desagua en la quebrada de Los Peñones) al norte; de ésta boca derecho hasta al alto y picacho de Potrero Grande; de allí derecho a buscar las adjuntas de las quebradas Aguadita con la que baja de las Minas, siguiendo la quebrada que baja de las Aguaditas hasta su origen que comienza en la punta de la pedrera de Los Budares y de ésta, derecho al lado de la loma de Los Vecinos, primer lindero del naciente”.
El terreno que donaba al pueblo lo debía poner en arrendamiento por medio de un diputado,  sus solares así como sus cultivos, entre los mismos vecinos, y con su producto poner, pagar y establecer la escuela del pueblo y en ella admitir a los niños varones, a los fines de que fuesen enseñados y educados.
Transcurrido un año, le dio a los habitantes del pueblo posesión real y efectiva de dichos terrenos, para lo que reunió en su casa de habitación al cura y a todos los padres de familia.

En esa noche gélida y fatigosa, ante la mirada inerte de las pocas estrellas que entre la compacta bruma se podían divisar cuesta arriba en la calle, los hombres con su profundo olor a monte y sus alpargatas hendiendo la tierra floja, iban llegando a la morada de Don José Manuel, canturreandito, llevando a cuestas su esperanza hacia la “casa grande”, rodeada de corredores; envuelta en plantas de jardinería y cafetales.
Allí, el dueño de la hacienda don José Manuel Álvarez, blanco, bigote retinto y muy cuidado, barba aseada en punta, manta de terciopelo, conjuntamente con el cura capellán José de los Ángeles Pérez, quien aún estando enfermo de un mal pasajero, se reunió con los hombres del pueblo y entre cafés y puros leyó y ratificó la donación que les hiciera del terreno, para que “sin conocer ni reconocer otro dueño, más que al pueblo”, lo disfrutasen, sólo con la condición de donar una corta cantidad de dinero de lo recaudado por sus solares y labranzas a beneficio de la escuela, beneficio que redundaba en todos y cada uno de ellos.
Entusiasmados los hombres, mujeres y también los niños del pueblo, comenzaron la construcción de la escuela posiblemente de bahareque o de paredes de tierra pisada con techo de caña amarga, como solían ser las edificaciones a esa altura del siglo, poniéndole tanto empeño que pocos meses más tarde, comenzó a funcionar la escuela.
La Junta Parroquial de los vecinos, presidida por el nuevo Alcalde Parroquial José Gabriel León, levantó el censo de personas, con la ubicación de sus solares y siembras; calculaban además, lo que debían pagar por concepto de arrendamiento.  Esto daba un total de ciento cincuenta pesos, cantidad suficiente para que la escuela tuviese un “Preceptor” de calidad.
Se debía admitir en la escuela la mitad de los niños de la parroquia sin exigir de sus padres pago alguno, prefiriendo a los pobres.  La otra mitad, si sus padres tenían posibilidades, pagarían por cartilla 4 reales, por silabario 5 reales, por libro 6 reales y por escribir y contar 8 reales;  se les debería impartir además, educación religiosa y serían mandados a la iglesia para que aprendiesen a ayudar con la misa y los sábados por la tarde tendrían catecismo.
Al Preceptor se le fijaron normas pedagógicas para el trato con los alumnos sobre todo en lo que a corrección y disciplina se refería, adecuadas, claro está, a la rigidez de la época, por lo que no debería ser demasiado severo con los niños.  No debería injuriarlos ni maltratarlos y en caso de tener que castigarlos, no debería excederse de seis azotes con disciplina.
Debía ser un dechado de virtudes; sobre todo dar buen ejemplo a los niños, aparte de tener gratitud de sus padres. El primer maestro fue el señor Juan Manuel Soto y como suplentes quedaron Tomas García y Juan José Rodríguez...






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