CRÓNICAS DE
LAS COMUNIDADES
CARRIZAL EN LA HISTORIA (XI)
Lugar de los primeros asentamientos de Carrizal |
Los primeros asentamientos en
Carrizal, estuvieron extendidos sobre la loma que da hacia los Budares, Llano
Alto y Barrialito, loma ésta que se pierde hacia el sur en profundos declives, y
es atravesado por un riachuelo que baña las alargadas vegas y cañadas pobladas
de cafetales.
Por
muchos años el pueblo estuvo suspendido inmóvil en su mirador, y desde allí
dominaba los azulosos montes que se pierden más allá de los Valles del Tuy.
En
el corazón del pueblo quedaba la tímida y pequeña iglesia, blanca y serena,
llamada La Ermita ,
abrazada al cementerio, circunvalado además de casas de bahareque y techos de
paja. Otras quedaban algo más separadas
y se escondían entre lomas cercanas, hasta que algún tiempo después algunos
habitantes construyeron sus casas más abajo, hacia las vegas.
Allí la gente vivía y aceptaba calladamente la
vida, tal como ésta viniera. Nacían y
crecían entre el conuco, tal como nacen las flores silvestres, con sus capullos
húmedos por el intenso frío, brillantes como los ojos de un leopardo en una
noche de cacería.
Un hombre que no se resignó a vivir como un
“convidado de piedra” fue don Pancho Díaz Rodríguez, quien se vino de la zona
alta, posteriormente llamada “pueblo arriba”, llena de árboles y cafetales y
fundó su casa donde luego estuvo una de las primeras oficina de correos del
municipio (casa de la familia Díaz Sotomayor frente a la actual Plaza Las
Américas) que llamarían pueblo abajo”.
Don
Pancho fue reconocido en su tiempo como uno de los “facultos” de la población, personas que existen en los pueblos, de los
más preparados, capaces, con mayor
cultura, casi siempre autodidactas, que se convierten por ende, en eje y centro
de la vida del pueblo. Fue recordado por haber sido maestro de la escuela,
maestro de la capilla de la iglesia y secretario de la Jefatura Civil ; por
ser, además, un honorable hacendado, productor de café, bondadoso, buen esposo
y de sanas costumbres, exagerado en el buen comer, lo cual lo convirtió en
hombre gordo, aunque no se le veía el exceso porque era de buena estatura; no le importaba los días de semana reunirse
con dos o tres acompañantes y pasarse una tardecita en algún “bar” del pueblo,
a “echarse unos palos” de algún buen licor, conversando, entre chistes y
canciones; de allí, candorosamente se
iba a su casa.
En
el nuevo asiento el sol brillaba mas, aunque esporádicamente, sobre los techos
nuevos de las también nuevas viviendas y
parecía que desde las profundidades de la tierra surgía el sagrado pan cual
“maná” caído del cielo para alimentar a los recientes pobladores del
asentamiento en evolución; este nuevo sector tenía algunas características
particulares que gustaban a algunos e incomodaban a otros pues se perdía la
mirada hacia lo lejano, pero ganaba la cercanía a las vegas, dejando al “pueblo
viejo” asi como desamparado y sólo.
Las
callosas manos de los hombres jamas estuvieron ociosas. Nunca se olvidaron de los hierros de
construcción, ni de los vasitos colmados de aguardiente, que en largas mañanas, frías tardes y lluviosas
noches, daban alegría en el pecho de los
hombres y sus rostros mostraban un poco de animación al tener la esperanza de
poseer su propia iglesia.
Hombres,
mujeres y niños diariamente, sin descanso, bajaban y subían desde el riachuelo
que pasaba por los malabares, trayendo agua para hacer los bloques para la
construcción de la iglesia y las mujeres hacían alimento para todos con insumos
que adquirían en la pulpería de Nicasio Ochoa (frente al estadium) y de Juan
González (en los Malabares), al tiempo que lavaban la ropa de sus maridos e
hijos, entre charlas, risas, alegrías y cantos, por la obra que estaban
ejecutando.
El
corazón de los habitantes comenzó a alentarse al ver construida su iglesia en
una pequeña loma que se encontraba bajando de “pueblo arriba”. Tenía una sola
nave pequeña en forma de gota de agua. Finalizada su construcción el cielo
descargó su bendición sobre las vegas profusamente sembradas de quinchoncho,
maíz, yuca, ñame, ocumo, café, cambures, naranjas, etc., razón por la cual los habitantes sintieron
esa agradable brisa con olor a comodidad y olvido de tantas necesidades.
El
primer párroco de la iglesia fue el presbítero Juan Ramírez en el año de 1877; en
el año de 1895 pasó a ser el párroco el padre Juan Fonseca, bajo cuya
administración, le alargaron la nave central.
Cuando llegó el cura hijo ilustre de Carrizal Rafael Encarnación Pérez
León, se construyeron las otras dos naves las cuales le dieron su actual forma...
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