TRAS LA HUELLA DE BOLIVAR
(PARTE I)
El 24 de julio de 1783, en una amplia y lujosa residencia de
Caracas, situada frente al Convento de la esquina de San Jacinto; a cuadra y
media de la Plaza Mayor ,
la joven matrona, doña María Concepción Palacios y Blanco de Bolívar, da a luz
el cuarto hijo de su matrimonio con don Juan Vicente Bolívar y Ponte. Después de seis días de haber visto luz aquel
niño, el 30 de julio llevan al recién nacido a la Santa Iglesia
Catedral, ubicada frente a la
Plaza Mayor de Caracas, donde el Presbítero Juan Félix Jerez
de Aristiguieta lo bautiza con el nombre de SIMÓN JOSE ANTONIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD , y como padrino eligen a su
abuelo materno, don Feliciano Palacios y Sojo.
Doña
María Concepción, que ha quedado delicada de salud después del parto, se ve
imposibilitada de amamantar al niño Simoncito, y buscan a una amiga y vecina
llamada Inés de Mirayes, quien amamanta al infante mientras llega la negra
Hipólita, esclava de confianza de la familia
Bolívar, quien había dado a luz recientemente a una niña y su estado de salud
era satisfactorio. La negra Hipólita es
joven, de estatura mediana y gordita, de buena salud. Ella es la encargada de amamantar al benjamín
y de cuidar de él íntegramente durante sus primeros años de existencia.
Además de las
diversas propiedades que posee la familia, cuenta también don Juan Vicente
Bolívar y Ponte con una hermosa granja, con un caserón de amplios corredores,
de techos gajos y acogedores orillas del otrora cristalino río Guaire, llamada La Cuadra ; en la que pasan
días enteros y cortas temporadas en unión de toda la familia; allí bañan y se recrean en su caudaloso
torrente y en el campestre ambiente que rodea la posesión.
El
19 de enero de 1786, a
los dos años, cinco meses y veintiséis días, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad ,
queda huérfano de padre; doña María de la Concepción , que ha
quedado viuda a los 28 años, se encarga de la administración de la enorme
fortuna familiar y de la crianza y educación de sus pequeños hijos: María Antonia de 9 años, Juana de 7, Juan Vicente de 5 y
Simón de dos años y medio. Auxilian a
doña María Concepción, sus hermanos y especialmente, su padre, don Feliciano
Palacios y Sojo.
Pasan
los días, los meses, los años y los niños crecen; ya es tiempo de iniciar su
educación, pero difícil era para la época, lograr estudiar; sin embargo, las
familias adineradas podían contratar los servicios de maestros particulares,
por lo que con la asesoría del Licenciado Miguel José Sanz, contratan para Juan
Vicente y Simón, a los maestros don Guillermo Pelgrón y don Francisco Vides;
mientras que la negra Hipólita, no deja ni un instante de vigilar a aquel niño,
que con la posteridad refulgiera como el sol del hombre libre de América.
Pasan los años y
doña María Concepción se agrava de una vieja enfermedad, y el 6 de julio de
1792, expira; quedando huérfanos sus descendientes, fecha para la cual Simón
José cuenta con nueve años, once meses y dieciocho días de edad, y en la casa
de San Jacinto, existe gran confusión y tristeza. Los niños llorosos se acogen al consuelo de
los familiares, especialmente de su abuelo materno, don Feliciano.
La
tutela y cuidado, tanto de los niños como de la fortuna la ejerce don Feliciano
Palacios, pero como éste necesita de alguien que lo ayude con la administración
de los bienes de la familia, contrata como contabilista para trabajar en los
ratos libres y en su propia casa al joven Simón Rodríguez, quien cuenta con 21
años de edad y se desempeña como maestro de una escuela primaria; y para tal efecto le acondicionó una pequeña
oficina.
Debido
a la forma de ser de Simón, éste comienza a simpatizar con el maestro y como es
12 años mayor que él, Simoncito le busca conversación continuamente cuando se
encuentran en los pasillos y otros lugares de la vieja casona. Así se consolida una profunda amistad y gran
afinidad entre los dos Simones.
En
diciembre del año 1793, muere el
generoso abuelo, y Simón José que cuenta con diez años de edad, tiene que vivir
en casa de su tío Carlos. Además de las
riquezas heredadas de sus padres, Simoncito es dueño de una hermosa casa
ubicada en la esquina de Las Gradillas, amoblada lujosamente y a todo confort,
y de varias fincas agrícolas en el interior del país, herencia que le fue
legada por su primo, el presbítero Jerez de Aristigueta, quien además era
padrino y tutor sentimental del niño Simón José Antonio de la Santísima Trinidad
Bolívar Palacios y Blanco.
Debido
al trato frío y despectivo de su tío Carlos, Simón José se siente solo y
triste, pero un día, su tío decide inscribirlo en la Escuela Pública
que dirige Simón Rodríguez, y al cabo de poco tiempo, ya Simoncito sabe leer y
escribir, aunque deficientemente, y comienza a tener buen entendimiento en las
cosas de la vida.
Después
de una breve estadía como interno en la casa del maestro Simón Rodríguez, de
quien aprendió algo más que la educación formal, se nutrió de las luces que
aquel genio pedagogo destellaba, estableciéndose entre ambos una corriente de
mutua comprensión y simpatía, que con el paso del tiempo se haría imperecedera.
El
14 de enero de 1797, ingresa como Cadete al Batallón de Milicias de Blancos de
los Valles de Aragua, del cual había sido Coronel años atrás su padre. No tenía aún los 14 años cumplidos, cuando
fue ascendido a subteniente, en cuya hoja de servicios se anotaba: "Valor:
conocido. Aplicación: Sobresaliente”. El adiestramiento práctico en los deberes
militares lo combinaba Bolívar con el aprendizaje teórico de materias
consideradas entonces la base de la formación castrense: las matemáticas, el dibujo topográfico, la
física, etc., que aprendió en la
Academia establecida en la propia casa de Bolívar, por el
sabio Capuchino Fray Francisco Andújar, a la cual asistían varios amigos de
Simón. El 4 de julio de 1798, egresa de
la institución castrense como Subteniente de la Sexta Compañía del
Batallón de Milicias de Infantería de
Blancos de los Valles de Aragua.
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