TRAS LA HUELLA DE BOLIVAR
(PARTE VIII)
El vicepresidente
de Colombia, general Francisco de Paula Santander dirige el movimiento de
descontentos neogranadinos que estaban en contra de la Constitución
Bolivariana.
Para considerar la
unión, el Congreso de Colombia se reúne en Ocaña el 2 de abril de 1828, cuyas
finalidades eran entre otras: Averiguar las reformas que solicitan los pueblos;
pero toda la discusión gira acerca de la forma de gobierno que debía dársele a
Colombia; después de largas discrepancias, no se logra un acuerdo entre las
partes; los bolivarianos querían un gobierno central y la gente del general
Santander aspiraba un gobierno federal.
La Convención se
disuelve y una Asamblea reunida posteriormente en Bogotá, proclama al
Libertador Simón Bolívar Dictador. Bolívar, una vez posesionado del cargo,
elimina la vicepresidencia, reorganiza el gobierno y aumenta el ejército.
Asumida esta actitud por el Libertador, sus enemigos se impacientan y organizan
reuniones secretas en las que acuerdan quitarle la vida atentando en su contra
el 25 de septiembre de 1829. Este magnicidio fracasa.
En una Asamblea
celebrada en Caracas, el 26 de noviembre de 1829, se desconoce la autoridad del
Libertador y se proclama la separación de Venezuela de la Gran Colombia. Allí
mismo, se nombra una comisión para que avise al general José Antonio Páez, el
resultado y los acuerdos tomados en dicha reunión. El general se encontraba en
Valencia.
Páez convoca a un
Congreso que se reúne el 6 de mayo de 1830, en Valencia y lo nombran Jefe
Supremo de la República; aprueba la expulsión del Libertador del territorio de
la Gran Colombia; además de la Constitución de Venezuela; quedando de esta
forma, Venezuela separada definitivamente de la Gran Colombia.
Simón Bolívar, una
vez enterado de estos acontecimientos, trata de conferenciar con Páez, pero el
Congreso no le permite tal aspiración.
El Libertador hace
entrega del gobierno de Colombia el 6 de mayo de 1830. Se va de Bogotá hacia
Cartagena, su estado de salud es crítico. Su vida es un contínuo sufrimiento,
tanto en lo físico como en lo moral; se encuentra profundamente derrumbado. La
disolución de la Gran Colombia, por ingratitud de sus compatriotas, aunado a
esto el vil asesinato de Antonio José de Sucre.
Debido a la crítica
situación económica por la que atraviesa, empeña en la Casa de Monedas su vajilla de plata por la
irrisoria suma de 2.500 pesos; finalmente logra reunir unos 17 mil pesos.
Después de haber pernoctado en Cartagena, como quien huye de su más fiero y
temible verdugo; parte a Barranquilla y luego pasa a Santa Marta. La enfermedad
no le permite continuar por los caminos de lémures. Sus más fieles amigos lo
trasladan en silla de manos hasta la quinta de San Pedro Alejandrino, donde
recibe la hospitalidad y la atención del médico francés Alejandro Prosper Le
Reverend, quien había sido llamado como médico de cabecera.
El Dr. Le Prosper,
lo atiende con abnegación constante, pero sin los insumos necesarios para
calmar los sufrimientos de una prolongada lucha contra un caso de catarro
pulmonar agobiante que se había vuelto crónico y había aparecido desde largo
tiempo; además, careciendo en aquella época de una terapia certera para
asegurar la curación de un ser física y espiritualmente desahuciado. Allí le acompañan con devoción y fidelidad
sus más cercanos edecanes y mejores amigos: Mariano Montilla, José María
Carreño, José Laurencio Silva y el Obispo de Santa Marta, el prelado José María
Esteves, quien además era miembro del Congreso Constituyente de 1830.
Largos meses,
cortos días e inciertas horas, sirven al Libertador para prepararse para el
viaje sin retorno, para el descanso eterno quizá…, para la muerte.
Antes de la nefasta
fecha, el Libertador Simón Bolívar habla con tristeza, con sinceridad y con
hombría, sin embargo, deja grabado en el corazón del universo, uno de sus
últimos deseos, en una proclama ejemplar: …”Colombianos…Habéis presenciado mis
esfuerzos para plantear la libertad…He trabajado con desinterés, abandonando mi
fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé
del mando cuando me persuadí de que desconfiabais de mi desprendimiento…He sido
victima de mis perseguidores, cuando me han conducido a las puertas del
sepulcro…Yo los perdono…Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño dice
que debo haceros la manifestación d mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la
consolidación de Colombia…Mis últimos
votos son por la felicidad de la patria…Si mi muerte contribuye para que cesen
los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro…”.
La salud del
Libertador va empeorando mientras pasa el tiempo, y en el mes de diciembre, su
estado es más crítico. Su luz se va
poniendo más tenue cada día; sus fuerzas empequeñecen. Su luz comienza a apagarse y el ocaso se
acerca. Está pronto el final del genio.
A partir del 14 de
diciembre de 1830, su médico y sus amigos esperan el fatal desenlace; los
cuidados médicos son inútiles; los desmayos son cada vez más frecuentes en el
ilustre enfermo. Se acentúan los
achaques y pronósticos de la cercana muerte.
Por fin llega el
fatídico día…Es 17 de diciembre de 1830, las luces del alba presagian el ocaso
del sol. Las horas se llenan de
angustia, los minutos de dolor y los segundos de tristeza. Sólo el tic tac del reloj anuncia el avance del
tiempo. Son las doce del día. De la garganta seca se escapa un ronquido prolongado,
lento y agónico que anunciaba la cercanía de la muerte.
Su médico se sienta
a la cabecera de la cama donde yace el moribundo, que pronuncia voces confusas
e ininteligibles. Advierte que la
respiración se pone dificultosa y casi insensible el pulso. Se asoma a la ventanilla y llama a los
edecanes, generales y amigos presentes y les dice: “Señores, si queréis
presenciar lo últimos momentos y el postrer aliento del Libertador, ya es
tiempo”.
A la una y siete
minutos de la tarde, un pequeño movimiento…un aliento postrero…es el fin…es la
muerte que sin tocar a la entrada, se dispone a cargar con la vida más
útil,…más valiosa e inmensa…con la vida más grande que hombre alguno haya
podido poseer.
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