viernes, 13 de enero de 2017

Tras la huella de Bolívar (Parte VIII)


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TRAS LA HUELLA DE BOLIVAR
(PARTE VIII)

El vicepresidente de Colombia, general Francisco de Paula Santander dirige el movimiento de descontentos neogranadinos que estaban en contra de la Constitución Bolivariana.
Para considerar la unión, el Congreso de Colombia se reúne en Ocaña el 2 de abril de 1828, cuyas finalidades eran entre otras: Averiguar las reformas que solicitan los pueblos; pero toda la discusión gira acerca de la forma de gobierno que debía dársele a Colombia; después de largas discrepancias, no se logra un acuerdo entre las partes; los bolivarianos querían un gobierno central y la gente del general Santander aspiraba un gobierno federal.
La Convención se disuelve y una Asamblea reunida posteriormente en Bogotá, proclama al Libertador Simón Bolívar Dictador. Bolívar, una vez posesionado del cargo, elimina la vicepresidencia, reorganiza el gobierno y aumenta el ejército. Asumida esta actitud por el Libertador, sus enemigos se impacientan y organizan reuniones secretas en las que acuerdan quitarle la vida atentando en su contra el 25 de septiembre de 1829. Este magnicidio fracasa.
En una Asamblea celebrada en Caracas, el 26 de noviembre de 1829, se desconoce la autoridad del Libertador y se proclama la separación de Venezuela de la Gran Colombia. Allí mismo, se nombra una comisión para que avise al general José Antonio Páez, el resultado y los acuerdos tomados en dicha reunión. El general se encontraba en Valencia.
Páez convoca a un Congreso que se reúne el 6 de mayo de 1830, en Valencia y lo nombran Jefe Supremo de la República; aprueba la expulsión del Libertador del territorio de la Gran Colombia; además de la Constitución de Venezuela; quedando de esta forma, Venezuela separada definitivamente de la Gran Colombia.
Simón Bolívar, una vez enterado de estos acontecimientos, trata de conferenciar con Páez, pero el Congreso no le permite tal aspiración.
El Libertador hace entrega del gobierno de Colombia el 6 de mayo de 1830. Se va de Bogotá hacia Cartagena, su estado de salud es crítico. Su vida es un contínuo sufrimiento, tanto en lo físico como en lo moral; se encuentra profundamente derrumbado. La disolución de la Gran Colombia, por ingratitud de sus compatriotas, aunado a esto el vil asesinato de Antonio José de Sucre.
Debido a la crítica situación económica por la que atraviesa, empeña en la  Casa de Monedas su vajilla de plata por la irrisoria suma de 2.500 pesos; finalmente logra reunir unos 17 mil pesos. Después de haber pernoctado en Cartagena, como quien huye de su más fiero y temible verdugo; parte a Barranquilla y luego pasa a Santa Marta. La enfermedad no le permite continuar por los caminos de lémures. Sus más fieles amigos lo trasladan en silla de manos hasta la quinta de San Pedro Alejandrino, donde recibe la hospitalidad y la atención del médico francés Alejandro Prosper Le Reverend, quien había sido llamado como médico de cabecera.
El Dr. Le Prosper, lo atiende con abnegación constante, pero sin los insumos necesarios para calmar los sufrimientos de una prolongada lucha contra un caso de catarro pulmonar agobiante que se había vuelto crónico y había aparecido desde largo tiempo; además, careciendo en aquella época de una terapia certera para asegurar la curación de un ser física y espiritualmente desahuciado.  Allí le acompañan con devoción y fidelidad sus más cercanos edecanes y mejores amigos: Mariano Montilla, José María Carreño, José Laurencio Silva y el Obispo de Santa Marta, el prelado José María Esteves, quien además era miembro del Congreso Constituyente de 1830.
Largos meses, cortos días e inciertas horas, sirven al Libertador para prepararse para el viaje sin retorno, para el descanso eterno quizá…, para la muerte.
Antes de la nefasta fecha, el Libertador Simón Bolívar habla con tristeza, con sinceridad y con hombría, sin embargo, deja grabado en el corazón del universo, uno de sus últimos deseos, en una proclama ejemplar: …”Colombianos…Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad…He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad.  Me separé del mando cuando me persuadí de que desconfiabais de mi desprendimiento…He sido victima de mis perseguidores, cuando me han conducido a las puertas del sepulcro…Yo los perdono…Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño dice que debo haceros la manifestación d mis últimos deseos.  No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia…Mis  últimos votos son por la felicidad de la patria…Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro…”.
La salud del Libertador va empeorando mientras pasa el tiempo, y en el mes de diciembre, su estado es más crítico.  Su luz se va poniendo más tenue cada día; sus fuerzas empequeñecen.  Su luz comienza a apagarse y el ocaso se acerca.  Está pronto el final del genio.
A partir del 14 de diciembre de 1830, su médico y sus amigos esperan el fatal desenlace; los cuidados médicos son inútiles; los desmayos son cada vez más frecuentes en el ilustre enfermo.  Se acentúan los achaques y pronósticos de la cercana muerte.
Por fin llega el fatídico día…Es 17 de diciembre de 1830, las luces del alba presagian el ocaso del sol.  Las horas se llenan de angustia, los minutos de dolor y los segundos de tristeza.  Sólo el tic tac del reloj anuncia el avance del tiempo.  Son las doce del día.  De la garganta seca se escapa un ronquido prolongado, lento y agónico que anunciaba la cercanía de la muerte.
Su médico se sienta a la cabecera de la cama donde yace el moribundo, que pronuncia voces confusas e ininteligibles.  Advierte que la respiración se pone dificultosa y casi insensible el pulso.  Se asoma a la ventanilla y llama a los edecanes, generales y amigos presentes y les dice: “Señores, si queréis presenciar lo últimos momentos y el postrer aliento del Libertador, ya es tiempo”.

A la una y siete minutos de la tarde, un pequeño movimiento…un aliento postrero…es el fin…es la muerte que sin tocar a la entrada, se dispone a cargar con la vida más útil,…más valiosa e inmensa…con la vida más grande que hombre alguno haya podido poseer.  

























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